SALUT, CIAO, HELLO.

Es curioso como en el mismo instante, en sitios totalmente diferentes, hay personas que ignoran que su vida está a punto de cambiar.
Virginie y Monet, diecinueve años. Hermanas, concretamente mellizas. París, Francia. Cinco de la tarde.

-¡No, Monet! ¡Esa blusa es mía, trae!

-¿Pero qué más te da? ¡Además nunca te la pones! Eres un desastre... ¡mira tu maleta!

Monet sonríe mientras mira como su hermana revuelve de nuevo la maleta de color rojo. Está histérica, en realidad ella también lo está.

-¡Quieres dejar de quejarte! A mi maleta no le pasa nada, al menos la he terminado ya...

-¿Que no le pasa nada? ¡No se puede ni cerrar!

Virginie revisa de nuevo en su lista todas las cosas que no ha tachado todavía. Monet, hace fotos a su maleta mientras informa a los internautas de que la chica francesa por fin se muda de ciudad.




Alba, veinte años. Siete de la tarde. Un pueblecito a las afueras de Oxford. Revuelve su maleta mientras escucha desde el pasillo los gritos de sus padres.

-¡Que no, mamá, joder! Que yo lo dejé aquí... ¿dónde coño está?

-¡Esa boca! ¡Es que eres un desastre! ¡Todo a última hora!

Alba intenta morderse la lengua para no gritar una vez más. Busca desesperadamente su objeto más preciado entre todas sus cosas. Respira hondo. Se acabó. Se acabaron los gritos, se acabaron las mismas caras, las mismas preocupaciones. Adiós a la pequeña ciudad, hola a la capital. Londres... precioso Londres.

-Aquí está. - Sonríe, suspira, recuerda. El disco. Su disco. El de su grupo favorito. Se lo firmaron la primera vez que Alba consiguió ir a Londres a verlos actuar y desde entonces prometió que conseguiría algo más que una firma.

Es curioso como puede surgir un sentimiento tan intenso por gente a la que no conocemos en persona, pero que sin embargo, nos entiende mejor que nadie. En sus canciones, en esas melodías que acompañan nuestros días. En las letras, plagadas de preciosa poesía que siempre consigue acertar como nos sentimos. La música, la magia de la música.



Philadelphia, Estados Unidos. Una del mediodía. Diecinueve años. Una joven de largo y oscuro pelo se cepilla los rizos poco a poco mientras se mira al espejo. Se queda así, sin pensar. Mirando a un punto fijo, sin mirar. De repente algo rompe la calma. Algo pequeño y peludo araña su pantalón intentando llamar su atención.

-Oh, Doug, te voy a echar mucho de menos.

Coge a su pequeño gato persa, lo acaricia. Escucha como ronronea, como siempre. Espera que no cambie, en el tiempo que van a pasar separados.

-¿Sabes, Doug? Me voy a conocer al chico por el que te llamé así.

Y lo deja de nuevo en el suelo mientras contempla como se va. De repente suena el móvil, encima del escritorio. No quiere cogerlo, porque eso significa que todo acaba. Nunca le han gustado las despedidas, y sus amigas no entienden por qué extraña razón lleva unos días tan rara. Si ellas supieran... si supieran que mañana me voy. Y se acabó. Me voy. Una beca, a mí, para Londres. No me lo puedo creer.

Y sigue así, mirando al espejo, sin mirar.




Roma, Italia. Once de la mañana. Una joven de larga melena rubia ordena su maleta mientras baila al sonido de su grupo favorito. Se tropieza un par de veces mientras sigue cantando sin parar. Contempla de nuevo su piano envuelto en la funda. No se lo puede creer. Inglaterra. Chicos británicos, música, fantástica música británica, paseos, largos paseos frente al London Eye y el Big Ben.

Suena de nuevo la BlackBerry bajo las sábanas. Por un momento había logrado olvidar, olvidarle. La música no deja de sonar pero no esconde el chirriante sonido de la decepción. Otro mensaje, otra vez él. No, esta vez no. No va a volver a caer, no piensa volver a escucharle. Duele, pero sus palabras ya no significan nada. La besó, besó a otra. Y no tiene derecho a hablarle, no tiene derecho a una despedida, no tiene derecho a un perdón. Y ella se aleja, de todo, de todos.

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